lunes, 31 de diciembre de 2007

Año nuevo, propósitos viejos

A punto de cambiar de año me descubro trazando estrategias vitales para no ser un auténtico desastre en 2008. No es la primera vez que lo hago. Cada año por estas fechas siempre reflexiono y me trazo un camino que, por supuesto, nunca cumplo. Pero este año debe de ser diferente. Se puede decir que he tomado posesión de mi vida en solitario (con piso incluido) y, después de los primeros ajustes, parece que todo va encajando. Por un momento pensé que la casa me iba a comer. Cuando acabas una cosa debes de empezar otra y así sucesivamente hasta el infinito sin tiempo para tomar un descanso. Es asfixiante. Con todo, confío en tomar las riendas definitivamente cuando ponga en marcha la caldera. Dos meses sin agua caliente y sin calefacción me parecen demasiados.
Bueno, pues el nuevo estatus me debe de servir para crecer. He prometido que me voy a organizar mejor y debo cumplirlo. Por mí más que por cualquier otra cosa. El orden que trató de inculcarme mi padre desde la infancia es el sendero más fácil para enderezar mi vida. Lo primero será comprar una agenda y lo segundo, seguirla día a día. Poco a poco, eso sí, que mi pachorra no me permite ir más deprisa. Sólo pido un poco de paciencia. Por parte de los demás y de la mía propia.
Un amigo me ha invitado a reflexionar con él cuando regrese de su periplo por el globo. Me parece que ha tenido mucho tiempo para pensar y que me van a sorprender sus planteamientos. Para bien, claro. Me alegra verle finalmente con rumbo fijo, con seguridad y con las cosas bien atadas. Ahora sé que debo de seguir algunos de sus pasos para recorrer con seguridad el camino que me he propuesto para el nuevo año.

PD. Siento el retraso, cuestiones de la técnica.

lunes, 3 de diciembre de 2007

El espíritu persiste

No fueron fiestas excepcionales por lo formal pero sí por lo anímico. Considerar los reencuentros y los escenarios exclusivamente me parece injusto porque el acontecimiento profesional del año y sus circunstancias depararon más de una sensación agradable. Fue como en los viejos tiempos, una celebración de menos a más. Como cuando cada cosa estaba en su sitio y todo transcurría con naturalidad, lejos de los quebraderos de cabeza que trae la edad. Y encima, por partida doble.
La tensión y la falta de glamour del primer aniversario, el de Valencia, quedaron compensados por el espíritu colectivo. Tuve la agradable sensación de haber regresado al colegio, cuando los profesores concertaban citas colectivas con los padres e intercambiábamos presentaciones entre los colegas. Porque quien más quien menos estuvo entre familiares y amigos. Yo mismo conocí a los padres de muchos y exhibí a mis compañeros ante el mío. Luego, todo fue como esperaba, genial. Pasándomelo como no recordaba y haciendo más de una confesión. Incluso ejerciendo de modelo de un gran maestro.
La segunda, la de Alicante, fue aún mejor. No hubo casi presentaciones pero sí más complicidad y una maestra de ceremonias insuperable (de la que nos privaron en Valencia por un 'despiste' del jefe de esos que no existen luego). La fiesta vino con los de siempre y con los nuevos. Los extraños desaparecieron pronto y nos dedicamos a lo nuestro, a pasarlo bien. Algunos aprovecharon para conocer a sus compañeros en la distancia en su mejor momento, en la relajación de una gran farra. Otros, para confirmar sus suposiciones. Sólo eché en falta una cosa: a mi amigo del alma decretando el final con una gran charla. Aunque los nuevos tiempos no son tampoco nada malos.
La tercera la propició la oportunidad y era, quizás, la que más nervioso me ponía a priori. Sin embargo, fue entrar y sentirme cómodo, tanto por ellos como por mí mismo.
Nada más que pedir a un fin de semana excepcional.