domingo, 23 de septiembre de 2007

Ladrillos de ida y vuelta

Primero fue Astroc. Bañuelos, previsor, observó la situación y consiguió escapar antes de dejar su barco de ladrillos a la deriva. Ahora parece que el turno le ha tocado a Llanera. Los flamantes directivos de la que fuera, en sus primeros tiempos, una constructora dedicada a los polígonos industriales se han tenido que arremangar los pantalones para achicar el agua que entra a borbotones en sus oficinas. Los proveedores se han amotinado cansados de recibir largas a la hora de cobrar y exigen que se les liquiden las cuentas. Fernando Gallego, consejero delegado de la empresa y ciudadano endiosado donde los haya, sólo es capaz de articular nuevas excusas para ganar un tiempo que ya no tiene. Se acabó el momento de la especulación y el pelotazo y los que no han sabido adelantarse a la jugada, los neófitos en el sector, se han quedado con el culo al aire. La Generalitat ya no está del lado de los señores del ladrillo. Bueno, sí, pero calibra su apoyo con más cabeza; no está Blasco. González Pons ha advertido a Gallego de que no va a reclasificar más suelo agrícola para cimentar los castillos en el aire que había diseñado Llanera y el que se pensaba ejecutivo del año ha decidido afrontar el problema regularizando plantilla. Genial, eso es saber llevar la nave. Ahora sólo espero que, si la crisis va más allá, el gerente asuma su responsabilidad y no se vaya de rositas. Fue él quien decidió dar un giro a la modesta y exitosa política empresarial de la sociedad de su familia creyéndose el más listo de la clase y debe ser él quien pague los platos rotos.
Pero los efectos de los pelotazos no sólo pasarán factura a las empresas que los han protagonizado. Centenares (sino miles) de desempleados y casi todos los rincones de la autonomía hormigonados son el balance de la magnífica aportación a la economía del sector de la construcción. Al final los eurodiputados aquellos no eran tan mal intencionados ni tan canallas como se dijo. A ver si también va a ser que el pomposo superávit del Consell tampoco es lo que parece.

viernes, 21 de septiembre de 2007

Todo al rosa

Últimamente todo va bien. No salgo de mi asombro. Es extraño cómo las circunstancias pueden dar un giro inesperado y colocarte de frente en la vida. He recuperado la sensación de ocupar mi lugar, de hacer justo lo que debo. En el trabajo y en la vida (Y no, señor policía, esto no es un anuncio de compresas sino el reflejo de un estado de ánimo). Sé, sin embargo, que todo puede torcerse, que lo que hoy es rosa mañana podría ser gris. Puede ser, pero me he decidido a apostar por el rosa. A vivirlo con plena intensidad mientras dure y ojalá que sea para siempre. Alguien me ha hecho ver que el gris no es una forma cómoda de ver la vida. Tiene toda la razón. Estaba equivocado y no me importa reconocerlo.
Bueno, la vida es quemar etapas y yo voy a por otra. La madurez no acaba de llegar pero tampoco me importa demasiado. Tendré paciencia.

lunes, 17 de septiembre de 2007

Dosis de realidad

El tiempo no sólo se acumula en mi existencia como un lastre, también me ha servido para crecer, para madurar. Gracias a su inevitable transcurrir he aprendido a controlar mejor los momentos de trabajo (No tanto como me gustaría pero sí lo suficiente). Fue ayer cuando tuve conciencia de esta situación. Un suceso propició la revelación. Hacía tiempo que no me enfrentaba a uno de ellos y me hacía falta salir de nuevo a la calle para volver a experimentar los encantos de la profesión. Decía con tino un prócer entre los plumillas que hay quien practica periodismo de salón y otros que se empapan de realidad. Pues ayer yo fui feliz embadurnado de tragedia, lo reconozco. Hasta el jefe me lo notó pese a que afloraron mis llantos habituales en el interior de su despacho. Nunca seré un buen actor.
Pese a los efectos beneficiosos de la experiencia, no tengo ganas de volver a la que considero la sección más dura del periódico. Es demasiado exigente y requiere de dosis de entusiasmo que actualmente no tengo. Tampoco la jauría que la acompaña es recomendable. Un vistazo a mi alrededor al llegar al lugar del crimen y los actores habituales de los sucesos aparecieron en escena. Los hay de todo tipo. Los primeros, los compañeros de las televisiones. Esperan cualquier movimiento de los redactores de periódico para ponerse a su rueda y expulsarles después de las declaraciones a golpe de cámara. Otros, los peores, son los que cuando se sienten protagonistas se atreven incluso a lanzar preguntas como: ¿Había mucha sangre? Pues seguro, los habían degollado. Finalmente, están los popes que han tenido que bajar a la tierra a conocer a los mortales y no saben ni por donde caminan. Se les ve a la legua. En las ruedas de prensa de sus secciones no dejan de sacar pecho. Hacen chistes, ríen a carcajadas y dan palmaditas. Pero en estas situaciones se pierden, se les ve atemorizados. Ni se mueven.
A todos los redactores nos viene bien una dosis de realidad de vez en cuando. Hay que bajar al mundo para saber qué es lo que hacemos, para mantener el contacto aunque sea a golpe de asesinato. Afortunadamente, yo no estaba tan alejado como pensaba. Me mantengo en forma y me alegro. Veremos cuánto me dura.

sábado, 15 de septiembre de 2007

Para ti

Desde que vi Closer esta canción no ha dejado de sonar en mi cabeza.

viernes, 14 de septiembre de 2007

Malas pulgas

Vaya por delante que odio el transporte público pero después de lo de ayer me he hecho la firme promesa de no volver a utilizarlo jamás. Todo el mundo tiene derecho a un mal día y casualmente el del conductor del autobús que cogí para llegar al periódico se produjo ayer, justo en mi primera incursión desde hacía mucho tiempo en la EMT. Subí temeroso porque conozco el mal talante de los autobuseros y pedí perdón incluso antes de atreverme a preguntar cuánto tenía que pagar. Uno con quince, me escupió. Su mirada advertía que podía estallar en cualquier momento así que pague sin rechistar. Pese a mi silencio, contribuí un poco a incrementar su mal humor. Mi torpeza habitual y la tensión de su mirada hicieron que una moneda de 20 céntimos se deslizara al suelo y se escapase un par de metros hacia el fondo del vehículo. Insistí en mis disculpas y acabé de abonar el billete simple.
La mala suerte hizo que el único asiento libre se encontrara junto a él, con lo que no pude distanciarme de la negatividad que irradiaba. Pues bien, aquella bomba de relojería acabó de explotar un par de paradas más adelante. El niño reprendido no dejó de llorar tras su bramido.
El terrorista intercambió conmigo una mirada furibunda: ¿Qué? pareció retarme. Me escurrí en la butaca y guardé la lengua en el bolsillo. No era el momento de hacerme el listo. Minutos después el hombre pareció darse cuenta de su actitud y paró el autobús. Echó una mirada hacia el fondo y debió de observar el pánico entre los pasajeros porque inmediatamente se bajo y se tomó un respiro de cinco minutos junto a una de esas nuevas taquillas de la EMT. Parece que el remedio surtió efecto porque al subir de nuevo esbozó una tímida sonrisa a una mujer. El resto del viaje transcurrió sin incidentes.
Entiendo el enfado. ¿Quién no se ha encabronado alguna vez con el planeta en general y ha extendido sus exabruptos por doquier? El problema es que un funcionario que atiende al público debería cuidar un poco más las formas. Los demás no tenemos culpa de sus ciclotimias. Tampoco el tráfico, a pesar de estar inaguantable, le exime de su comportamiento. Si no lo soporta, que se busque otro trabajo.
La cuestión es que un día de mal humor de un conductor me ha amargado el día. Y para colmo,
se ha puesto a llover. Gracias por estropearme una semana estupenda, señor EMT. No volverá a ocurrir porque no subiré de nuevo a un autobús de línea. Pero sepa usted que he perdido mi ilusión por el otoño por su culpa, aunque le importe un pito.

Insomnio

Cuando lo estaba desenvolviendo y vi las primeras aristas de la caja que lo contenía, sabía que me conduciría a la perdición. Ahora, a altas horas de la madrugada todavía no he parado de comprobarlo. Trato de echar la culpa a mis compañeros de trabajo, que fueron quienes decidieron entregármelo, pero la culpa no es más que mía. Desde la niñez siempre he tenido una facilidad inmensa para engancharme a cualquier sistema de entretenimiento por tonto y simple que fuera. Ahí están mis hermanas y mi padre para atestiguarlo. Era darme un videojuego cualquiera y no molestaba en todo el día; mi mundo quedaba restringido a los esquemáticos personajes que aparecían en la pantalla (Al fin y al cabo, quizás mis padres tuvieron la culpa de mi adicción por abusar del método para que me estuviese quieto). Disponer de uno de estos prodigios te garantizaba amigos. Todos se arremolinaban a tu alrededor para que les dejaras aunque fuera una sola partida. Fui un fanático del Rampage, del Snow, del Side Arms y, como no, del Out Run. Nada que ver con los espectaculares gráficos de los videojuegos de ahora. Antes nos conformábamos con mucho menos. Dos botones parecían un mundo por dominar. Fuimos la generación de los recreativos, esas salas de maquinitas y petacas que hoy prácticamente han desaparecido. Entonces ser canalla era pasarse el día junto a los futbolines y todos tratábamos de ser malos.

Las consolas de última generación han echado a perder aquel ambiente. Ahora, quien más quien menos tiene una playstation en el comedor de su casa. Pero ya no es lo mismo. No hay nadie alrededor a quien mostrar tus habilidades. Ni tan siquiera internet te ofrece la gloriosa sensación de machacar a tu rival cara a cara. Todo se hace más solitario. Más vacío. Sin embargo, aquí estoy. Dándole a los mandos y perdiendo el tiempo. ¿Por qué me habéis hecho esto?

jueves, 13 de septiembre de 2007

Ciencia-ficción

Punset, Asimov, Bryson y compañía engrosan las estanterías de mi cuarto desde hace un par de semanas. Han sido las últimas incorporaciones a mi exigua biblioteca. Ni poesía ni ensayo ni novela negra, ciencia pura y dura. No sé si preocuparme por este brote de freakismo, pero un día, camino del trabajo, me asaltó la duda. ¿Cómo sabemos qué edad tiene la tierra o cuándo se formó el universo? ¿Y las estrellas? ¿A quién se le ha ocurrido la forma de establecer el cálculo? Los libros de texto de mi infancia tenían una respuesta contundente para cada una de estas preguntas. Es más, ofrecían una precisión milimétrica y, entonces, las acepté sin titubear. Pero cuando ese día escuché por la radio que Plutón quedaba descartado como planeta, aquellas enseñanzas se tambalearon. No puede ser, pensé, ¿Por qué? El locutor ofreció inmediatamente una explicación sencilla: existen centenares de satélites y asteroides en la misma órbita que incluso le superan en tamaño y es más fácil quitar uno que añadir cien. Toma, adiós a un año de clases. Ya sabía yo que ir al colegio era perder el tiempo.
Me hice entonces con un buen puñado de libros de divulgación científica para intentar fijar mis conocimientos y evitar nuevos sustos. Bueno, pues me han bastado un par de semanas para abandonarlos. No merece la pena continuar. Los astrónomos y los físicos no soportan un análisis riguroso. Establecen teorías que cualquier otro tumba de un plumazo pasados dos días de promulgarlas. Pensé que los periodistas eramos unos suicidas por escribir historias con una fecha de caducidad de vértigo. Pero, a veces, como sin quererlo, aparecen este tipo de cosas que te dan un poco de vidilla. Al final resulta que las profesiones que parecían más sesudas y rigurosas no dejan de ser tan endebles como la nuestra.

martes, 11 de septiembre de 2007

Un psiquiatra, por favor

Veo las previsiones y no salgo de mi asombro: Rafa Rubio convoca una rueda de prensa para poner los puntos sobre las íes en el asunto de la Copa América que lleva a maltraer al Gobierno, al Consell y al Ayuntamiento. Vuelvo a mirar y me froto los ojos. No, no alucino, eso seguro; Hace semanas que no fumo. Compruebo que no se trata de una errata. Efectivamente, no es un error. Cada vez estoy más confundido. ¿En qué quedamos? ¿Dónde está Carmen Alborch? ¿Rubio no iba a ser el sacrificado en aras de una revolución de talante llegada desde Madrid? Echo mano del exceso de trabajo para justificar la ausencia. No hay manera. Sólo han pasado tres meses desde que Carmencita aterrizó en la casa consistorial y ha tenido más vacaciones que la propia alcaldesa (lo que ha provocado mil y un chistes entre los miembros del equipo de Gobierno). Pregunto en el grupo socialista pero nadie sabe darme una respuesta. O al menos fingen no saberla.

Lo que yo creo es que la locura se ha adueñado de las filas socialistas y que la debacle electoral no ha sido la causa sino la consecuencia. Nada de lo que hacen en esa casa de un tiempo a esta parte tiene ni pies ni cabeza. Nadie impone una nota de cordura y me cabe la duda de que Pla tenga la culpa de todo porque las llamadas apuestas de Zapatero han sido de traca, la propia Alborch o Etelvina Andreu, cuya propuesta estrella para tumbar al Alperi más casposo era recuperar los serenos de la etapa franquista. Mientras tanto, los más capaces se pudren arrinconados en el banquillo como Juan Soto en Valencia o Carmen Sánchez Brufal en Alicante. Por favor, que alguien llame a un psiquiatra, que tiene trabajo de sobra en Blanquerías.

sábado, 8 de septiembre de 2007

Te echaré de menos, Fileas Fogg!

Nunca creí que sentiría tanto apego por mis amigos. Diría hasta que paso más tiempo con ellos que con mi familia pero es que, en cierta manera, son parte de ella. Han estado en los momentos más duros y se lo agradezco de corazón. Ahora, uno de ellos, uno de los más próximos, se va. Me preguntaba una conocida común si no estaba apenado por su marcha y no tardé en responderle que no. Tan sólo se va a dar la vuelta al mundo, volverá, le dije. Repaso mentalmente aquella conversación y creo que me equivoqué. Le contesté demasiado deprisa, sin pensar. La verdad es que le voy a echar de menos. Ha sido y será, estoy seguro, uno de los mejores apoyos con los que he contado (aunque no el único) y no sé qué voy a hacer cuando me vuelva a sacudir la incertidumbre y no pueda llamarle. No es que haya seguido siempre sus consejos a rajatabla pero saber que a alguien le preocupaba cómo estaba y lo que me pasara me ha ayudado a sostenerme en mis momentos de duda.
Bueno, al menos me consolaré siguiendo su periplo por el globo en su blog. Pásalo bien, no te agobies, sé valiente y, Ana, devuélvenoslo de una pieza. Le necesitamos.

Palos sin zanahoria

Se abre el telón, llega, se balancea hasta su sillón y comienza el espectáculo. Nadie escapa a su influjo. Sus tentáculos se extienden por todos los rincones y consigue acaparar la atención del público instantáneamente, sin ni siquiera mover una pestaña. La función está en marcha. Llama, desestabiliza, ríe y vuelta a empezar. Es el primer síntoma de que ha acabado el verano. Volvemos a la normalidad. Navegábamos sobre una balsa de aceite y de repente nos encontramos en la vorágine. No nos ha dado tiempo ni a ponernos el chubasquero. No sabíamos que volveríamos a alta mar tan pronto. Las olas son gigantescas y sacuden con fuerza el viejo cascarón pero los marineros de este barco ya no se sorprenden de nada. Las viejas heridas han cicatrizado aunque estén grabadas a fuego. Una orden y todos a remar. Nadie está dispuesto a paladear de nuevo el amargo sabor del látigo. Remamos sin timonel y el esfuerzo es desproporcionado. Aún así, remamos.
Otra vez zozobra y algunos remeros se caen de la galera. Se aferraban con uñas y dientes a las palas pero ha sido un esfuerzo inútil. Están condenados. O no. Igual consiguen alcanzar la orilla de una buena isla o al menos encuentran un tablón al que sujetarse. Suerte porque nadie saltará a por ellos.
Mientras, el telón sigue arriba y la música no para. Todos bailamos porque nadie quiere quedarse sin su silla. Estamos cegados. O sordos. A veces ni tan siquiera necesitamos escuchar los cantos de sirena para comenzar la danza habitual. Nos hemos acomodado al tacto de la fusta y hasta creemos que es normal. Pero no lo es.

jueves, 6 de septiembre de 2007

Fantasmas

No, creo que no tiene nada que ver con la edad. No estoy especialmente refunfuñón a pesar de la treintena. Sólo es que no acabo de hacerme a la idea. Hace tiempo, cuando empezaba en esto del periodismo, los becarios nos dejábamos todo para conseguir un hueco, por miserable que fuera, al lado de los redactores de verdad. Nos entusiasmaba estar cerca de un profesional. Era como acercarse un poquito a la meta. Nos lo creíamos. Muchas veces me he quedado sin comer por cubrir un tema que consideraba interesante, que me gustaba. Sucedía especialmente al lado de mi 'padre', Emili Gisbert. Y veía que mis compañeros sentían lo mismo.
Ahora no es así. Y no sólo en nuestra redacción. Los becarios ya no están; se han ido y nadie llora su ausencia. Al revés, casi es un alivio. Durante estos dos meses han pululado como fantasmas por el periódico, arrastrando cada encargo como si fueran pesadas cadenas. Creía que todo era consecuencia de mi imaginación, que realmente la edad me estaba afectando, hasta que me enteré de que montaban una fiesta porque, por fin, ya no tenían que volver. Un compañero todavía no ha conseguido encajarse la mandíbula desde que se lo confesaron abierta y alegremente. Quedaban liberados de su condena.
Bueno, pues cuando parecía que ya no volverían, me encuentro con que uno de los penitentes ha conseguido quedarse (a su pesar, claro). Increíble. Lo que a cualquiera en mi tiempo y no hace tanto le habría costado sudor, lágrimas y algo más, a ella se le ofrece sin más, sin mostrar más entusiasmo que el funcionario que sella un documento en la oficina del Inem. No tengo nada contra la ciudadana en particular pero la situación no deja de incomodarme. Las cosas han cambiado. En realidad la condena no era para ellos, es para nosotros.

martes, 4 de septiembre de 2007

Trentaytantos...

Ya está. Ya no hay vuelta atrás. Todos dicen, los que la han sobrepasado claro, que es la mejor década. Que tienes las cosas claras y que sabes lo que quieres. En mi caso, no creo que sea del todo cierto pero es verdad que es diferente. De no serlo nunca habría ingresado en el universo bloggero. Es ahora cuando cualquier modificación en mi entorno, por pequeña que sea, me sacude con más fuerza, cuando me noto sobrepasado por las circunstancias que me rodean. Algunos compañeros, también entrados en años, han decidido ampliar sus objetivos y trasladarse a la capital. Me despiertan cierta envidia. Antes me hubiese cambiado por ellos sin dudarlo ni un instante. Pero ya no lo tengo tan claro. No digo que no lo hiciera pero me costaría un mundo. A lo largo de la veintena he saltado de una sección a otra y de Alicante a Valencia sin importarme demasiado y, cuando parece que he conseguido cierta estabilidad, afrontar un nuevo cambio me provoca pánico. Esa sensación no es agradable y, por eso, voy a hacer caso a mis amigos, voy a esperar tranquilamente a que la madurez me alcance un día de estos y me traiga la década más feliz de mi vida. Eso es así!