Desde pequeño me había hecho la idea de que la vida personal de los terroristas debía de ser la de hombres duros, la de gente acostumbrada a matar por cualquier cosa. El temor me hacía sospechar que su existencia estaba más cerca de la de aquellos gánsteres de novela negra que de la de un tipo normal que se va a trabajar cada mañana. Sin embargo, poco a poco y año tras año, ese estereotipo se ha ido disipando. Primero porque no resulta creible que un tipo duro, un tío malo de verdad, aparezca leyendo un comunicado tapado con un pasamontañas y con una boina calada hasta donde se supondría que debía de tener las cejas, a lo Manolo el del bombo. La imagen provoca risa más que temor. No hay más que ver dos intervenciones suyas en el telediario para observar que sus exposiciones son la defensa de unos paletos de unas tradiciones ridículas. Lo que en cualquier parte del país sería una costumbre avergonzante, ellos lo exhiben como símbolo de la identidad de un pueblo.
Pero la imagen que ha tirado al suelo por completo el estereotipo infantil del terrorista como tipo duro ha sido la incautación de la Guardia Civil de un emblema de ETA en 'PETIT POINT' en la casa del portavoz de Batasuna Pernando Barrena. Sin palabras. Me resulta inverosímil imaginar a uno de los líderes políticos de la organización terrorista sentado junto a un brasero bordando una serpiente enrollada en un hacha para después sentarse con sus compinches a trazar un atentado.
En definitiva y como dice un amigo, los nacionalismos no dejan de ser una recuperación de costumbres por absurdas que sean. No tiene nada de moderno pese al aura de libertad con el que pretenden impregnar a tradiciones como cortar un arbol de un hachazo, levantar una piedra o calarse una boina hasta las cejas. Quizás en vez de presentarse como víctimas deberían salir un poco más del pueblo y ver mundo.