jueves, 11 de octubre de 2007

Desde un rincón del mundo

Parecía un día más, un día intrascendente, pero al final no lo fue. Salía de apaciguar algunos fuegos internos del periódico cuando una compañera me abordó: Te ha llamado D.T. Será otro, le dije, porque ése no creo.
Pues vaya si era. Y encima conseguí hablar con él unos minutos. Un regalo. Lo necesitaba. Le echo de menos más de lo que se piensa. Lleva un mes fuera y me parece una eternidad. Aún así el contacto fue rápido y natural, como si nunca se hubiese ido. Algo que creo que sólo sucede con los amigos de verdad. Es más, me dio la sensación de que la distancia ha conseguido reforzar ciertos vínculos e incluso me permití cortar una conversación con mi director para atender plenamente su llamada.
De la breve conversación logré extraer que está feliz. Está disfrutando de un viaje único, de envidia. De esos que sólo se hacen una vez en la vida. De hecho, últimamente se ha convertido en el protagonista de muchas de mis conversaciones: pues tengo un amigo que se ha ido a dar la vuelta al mundo, proclamo por todas partes.
Pues bien, sólo esa llamada transformó mi día en algo excepcional. Y es que las pequeñas cosas son capaces de cambiarlo todo.

1 comentario:

AnayDani dijo...

Tienes razón. Las pequeñas cosas arreglan el días. Tú me lo has arreglado hoy.