
Ahora no es así. Y no sólo en nuestra redacción. Los becarios ya no están; se han ido y nadie llora su ausencia. Al revés, casi es un alivio. Durante estos dos meses han pululado como fantasmas por el periódico, arrastrando cada encargo como si fueran pesadas cadenas. Creía que todo era consecuencia de mi imaginación, que realmente la edad me estaba afectando, hasta que me enteré de que montaban una fiesta porque, por fin, ya no tenían que volver. Un compañero todavía no ha conseguido encajarse la mandíbula desde que se lo confesaron abierta y alegremente. Quedaban liberados de su condena.
Bueno, pues cuando parecía que ya no volverían, me encuentro con que uno de los penitentes ha conseguido quedarse (a su pesar, claro). Increíble. Lo que a cualquiera en mi tiempo y no hace tanto le habría costado sudor, lágrimas y algo más, a ella se le ofrece sin más, sin mostrar más entusiasmo que el funcionario que sella un documento en la oficina del Inem. No tengo nada contra la ciudadana en particular pero la situación no deja de incomodarme. Las cosas han cambiado. En realidad la condena no era para ellos, es para nosotros.
2 comentarios:
Nosotros nos pasamos de pardillos. Es cierto. Pero lo de ahora coincido contigo que es anormal. Esta profesión sólo se justifica en la vocación. Sin ella, hay mil sitios mejor para vivir. Donde, además, molestarán menos.
Lo peor es que ahora se pregunta qué es lo que tiene que hacer para seguir. Claudio, tenemos trabajo para rato!
Publicar un comentario